En el tradicional San Isidro de Lima Perú, existió en épocas antiguas, un sabio que tenía la fama de misántropo entre sus vecinos por tener la pericia de mantener su boca tan cerrada como ostra que duerme. Se decía que por pura petulancia nunca se había prestado a discutir con otros seres del mundo sus conocimientos que todos conjeturaban, los cuales iban desde el origen de la vida hasta la comprobación de la verdad en todas las artes, incluyendo los temas intelectuales de fondo profundo, incluyendo claro está a los que correspondían al pragmatismo dialecto de tan ingrata recordación entre políticos, filósofos y creyentes.
Los vecinos del barrio al verlo pasar todos los días por el mismo y frecuente camino se meraban sus caras y se decían los unos a los otros:
-He ahí una persona culta y bien educada que todos debemos admirar.
- ¿Pero, como saber que esa persona es culta y bien educada, si mantiene siempre su boca cerrada? Respondía el asombrado vecino del colocutor.
- Porque es de sabios mostrar prudencia no haciendo comentarios a horas inapropiadas delante de los ignorantes, respondía el que todo lo justificaba.
- ¿Entonces, de que sirve lo que él sabe a la humanidad tan ansiosa de conocer verdades e información?
- Porque es de sabios el silencio. En las mentes de las personas cultas, las verdades tienen que haber sido comprobadas antes de hablar. Pero como todos lo sabemos, llegar a la verdad toma centenarios y la vida es corta. Exactamente por eso los sabios halaban a los catedráticos dueños del conocimiento universal que siempre han dicho y dirán que el saber no es para quien no merece que se le día esta boca es mía.
- ¡Aja!, si mal no entiendo, lo que usted quiere decir con los antiguos es que muchos adulaban saber, es que la miel no es para la jeta de los asnos ¿entonces para qué sirve en estos tiempos tanta sabiduría si se mantiene oculta sin beneficiar a ningún cristiano?,
Insiste el ciudadano que se interesa en preguntar o dar a conocer sus incógnitas.
- Para quienes de verdad se sirven del verdadero saber que solo se adquiere con la incertidumbre de lo que se ratifica y la aceptación del que lo entiende, aunque ya es reconocido que el saber se muestra implícito como el aire en la naturaleza, que aunque no se ve, existe como aporte para prolongar la vida.
Desconcertados de sus propias respuestas, los compañeros se separaban para ir en busca de sus oficios, sin haber ganado con seguridad una línea de sabiduría o cultura general.
Desde aquella ultima controversia callejera, paso el tiempo implacable que transcurrió sin consideraciones de tal naturaleza, mientras la ciudad amanecía y anochecía como si nada.
En el entretiempo, el sabio se había caminado sin faltar un solo día todas la mañanas por el mismo lugar y a la misma hora, desapareció del todo una mañana sin dar noticia alguna. Entonces, aquellos efímeros que hacían fila para verlo a la hora exacta de sus caminatas, se desconcertaron. La inesperada desaparición abrió paso a serios y nuevos interrogantes entre otros:
- ¿Estará enfermo el sabio, que sus caminatas no han vuelto a dar?
-A los sabios, hay que concederles la gracia de ser invisibles a los ojos mortales cuando se entregan a la investigación de lo desconocido donde se pierden para el común de los efímeros. Además, ¿Cuándo se ha visto a un sabio perdiendo su precioso tiempo en paseíllos para dar tema a coloquios entre ignorantes?
Un día cualquiera, la tarde se puso de gris y la brisa soplo por el bulevar mencionado suavemente las copas de los eucaliptos que aprovechaban para esparcir sus aromas de sus mentas nacidas en el frio.
Esa misma tarde, a lo largo de la estrecha avenida, se vio venir un solitario carro fúnebre. El vehículo se movía lento, en ese siempre es un viaje sin regreso para el muerto cuyo nombre nadie puede recordar porque no lleva, como es de anciano habito, cinta morada con datos y fechas del muerto, ni acompañamiento de parientes.
Un vecino comento con acidez:
- siempre es de gente rara la que vive en ese mundo. Ese cadáver cuyo destino es el hoyo final, era uno de esos que se ganaban la fama sin hablar. Era uno que la gente calificaba de persona culta y educada. Y da risa pensar que gozo de esa inmerecida adulación silenciosa que no instruye a nadie y menos a personas desocupadas que todo lo inventan.
-¿Pero que le hace pensar que usted si sabe lo que nadie sabe?
-Yo conozco los secretos que siempre han estado a disposición de ser descubiertos, porque lo más oculto es lo más evidente y está siempre a disposición del que lo quiera ver. Pero en este caso nadie me ha consultado con la pretensión de escuchar la necedades que se dicen a sí mismos sin escuchar lo que otros ya conocen, que es la verdad desconocida sobre el sabio que todos admiraban y que me propongo a compartir con ustedes señores ahora mismo.
-¡Adelante! Dijeron todos en coro, interesados en saber.
Uno de eso días donde no hay nada que hacer, espere a la hora de la mañana en que pase el hombre culto y al verlo con su paso tan suave como si estuviera pisando huevos, lo seguí pensando saber la verdad, que todos sabemos, comienza donde uno vive. No fue largo el trayecto para encontrar las respuestas; a pocas cuadras de aquí en un lugar que los pobres y mal educados llamamos inquilinato, el que ustedes llamaban sabio, vivía en un cuartucho de esos que se rentan a gente sola y poco comunicativa, que huyen del trato social por la prudencia que los aconseja el mal del que sufren.
-¿El mal del que sufren? Todos preguntaron ansiosos por saberlo.
- me puse a indagar con los pobres que habitaban allí las miserables pizas y en efecto, descubrí que el sabio sufría de una deficiencia interesante. Pero antes de decir sus síntomas y consecuencias, espero no ser interrumpido y mi relato no pierda validez.
Me puse a investigar con la mujer que le servía como lavandera y barrendera de la modesta alcoba en el que el supuesto sabio vivía. Fueron muchas lisonjas y requiebros que tuve que darle para que me diga las verdades. El supuesto sabio sufría de epilepsia avanzada y acostumbraba tener amigos ni contacto social por su enfermedad.
Por eso vecinos, el que es sabio lo demuestra pero jamás deja que los ignorantes crean que contradecir a las verdades comprobadas que ayudan a la existencia de la humanidad, no se quedan callados; ni menos dejan que los demás lo aludan por falsos testimonios y verdades insólitas.
Campos Huaraca Sharon